Mantener el espíritu fuerte

Consérvate bueno. Con estas palabras se despide Séneca de su discípulo Lucilio en todas sus epístolas. Al menos así lo recoge la edición de Planeta que leíamos nosotros. En Gredos inexplicablemente decidieron eliminarlas, sustrayendo con ellas el latido del afecto hacia el que es corresponsal, pero también amigo. Fueron estas Cartas las que llevé al salón la última tarde en que mi padre aún tenía energía para comunicarse, en ese descanso de paliativos para volver a un hogar que, sin él, pronto sería otro. Charlamos de ambas traducciones, de lo que implicaban sus diferencias y, cómo no en esos días —de que más podíamos conversar si no—, de las despedidas: hablando de nosotros a través de todo lo demás. Me contó entonces que los griegos solían desearse unos a otros la capacidad de mantenerse magnánimos, con el espíritu fuerte, en la mejor de las disposiciones.

Séneca fue compañero en esas semanas, aunque no el único. En el indefinible regreso a casa, lo primero que nos pidió fue escuchar a Lorca, para conmoverse otra vez atravesado por su fuerza. Después quiso oír a María José Llergo y, más tarde, a Luis Pastor entonando a Saramago. Los versos de Mestre lo hicieron, de repente, romperse de emoción. Diría que no era dolor, o no solo, porque llorar con Madredeus me dijo que le daba fuerzas. Sus guitarras, sin embargo, ahora que no podía tocarlas las escondimos, con las partituras y los poemas que estaba musicando. Mientras hacíamos ejercicios de rehabilitación le cantaba The Beatles y, contra todo su cuerpo, acababa tratando de seguirme. Tuvimos tiempo aún de reírnos con La venganza de Don Mendo, de que me hablara ilusionado de la tertulia de Zambrano que intentaba organizar en Salamanca.

Salvo una pequeña Ilíada de bolsillo, no había texto que pudiera sostener con una sola mano, así que una noche elegimos un atril perfecto para que pudiera continuar con Martha C. Nussbaum; como Sócrates, aprendiendo una melodía de flauta justo antes del sorbo de cicuta. El paquete no obstante llegó tarde, cuando él ya había empeorado. Allí se quedó el atril sin estrenar, junto al ensayo que quería terminar de escribir, que usaba de arma ingenua contra el destino, no me puedo morir porque tengo que acabarlo. Sonreía, —pese a todo nunca dejó de hacerlo—, confiado en que el ansia de saber volvería a salvarlo, una vez más.

La mañana en que regresamos al hospital llevé con nosotros su Quijote. Me senté a su lado, ¿por dónde vas ahora, papá?, —siempre lo estaba releyendo—. Me indicó con gestos y, fiel escudera, continué “segunda parte, capítulo II”. Se reía, sin ruido, aún se reía mucho. Creí que llegaríamos hasta el final: creí, papá, que tú solo podías marcharte junto a Alonso Quijano, acabado el sueño que había sido la vida para ambos. Sin embargo, tras dos días se sumió en un letargo profundo, al que fue cediendo irremediablemente. Pese a los ojos cerrados le seguí leyendo algunos capítulos más, por si acaso mi voz y la del hidalgo podían resonar dentro de él y, entre ternuras y atenciones, darle calma y calor.

Hace días conversaba con mis alumnos e insistía, frente a los ya conversos, en la utilidad de lo inútil. Lo hacía mientras pensaba en mi padre, en los que parecen no comprender que el beneficio del arte no se puede cuantificar. Qué de inútil hay en burlarle algo de angustia a la noche que se acerca. A ellos habrían de convencerles, si Epicuro tenía razón, no las palabras, sino estas pruebas.

Uno de los últimos recuerdos vívidos que tengo de ti, papá, fue tu emoción al escuchar cierta canción; se te escaparon las lágrimas y hablaste —entonces todavía lo hacías— por primera vez en pasado: qué precioso era. Y así siento que todos deberíamos partir, extrañando ya la hermosura: no se me ocurre un final más sereno ni más dulce. Por eso hablo por nuestras dos bocas y traigo estas memorias hasta aquí, para darles las gracias a todos aquellos que incluso en medio del caos y de las crisis, —cuando arrecia más fuerte el utilitarismo y se destruye lo que no sirve al mercado—, se dedican a la empresa generosa y valiente de crear cultura o protegerla, permitiéndonos respirar; ofreciéndonos alivio, consuelo para vivir y, sobre todo, para marcharnos; amparando nuestra necesaria dignidad última.

Por eso si te parece, papá, me despido de ellos de tu parte, como amigos que fueron tuyos, agradeciéndoles siempre su fortaleza de espíritu, deseándoles a todos —en estos difíciles meses, tan proclives al desaliento—, a la manera de los estoicos, que se nos conserven, por favor, buenos y que, aun cuando algunos desprecien su valor, se mantengan magnánimos: sois los encargados de hacernos recordar que solo la belleza y el amor nos salvan de lo irremediable.

Maribel Andrés Llamero

Entonces se vive

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Miguel Cortés

Empieza el nuevo curso y la costumbre enseña su dentadura. Nada es sorprendente, me dice. Otro curso más con estudiantes, reuniones latosas y días ajedrezados. Equivalentes. La costumbre, ese demonio, está anhelante de embarrar nuestra mirada y volvernos cínicos, la peor especie del ser humano. Ese que mira todo jadeante y que no espera nada, a quien todo le parece lo mismo y desconfía de todos. Cansado.

No deja de extrañarme esta tendencia del corazón a acostumbrarse. Este raro mecanismo por el que un juguete nuevo, tras unas semanas, acaba olvidado en un rincón de la casa o por el que la mujer o el hombre que nos hechizaban acaban siendo insufribles. Vivimos poco tiempo, pero nos acostumbramos a estar vivos, esta es la realidad. Queremos aferrar cada segundo, pero el segundo nos aburre. Somos criaturas esquizofrénicas: nos arrepentimos de lo ya sucedido, a la vez que planeamos lo que sucederá porque nos sabemos finitos, pero atravesamos los días como si fueran para siempre. Así existimos, atrapados entre el tuve que haber hecho y el tengo que hacer, dos ficciones. Desatendiendo lo que está sucediendo, que es el objetivo último de la costumbre, ese virus que infesta el espíritu posando su ceniza sobre todo a lo que nos enfrentamos.

El remedio que ofrece nuestro siglo a este mal de la costumbre es la excitación. Se trata de encadenar estímulos. Mudanzas, movimientos, pura distracción. Quiero decir cambios de geografía, de aspecto, de prójimos o de trabajo. Pablo d’Ors, en su célebre ensayo Biografía del silencio, confiesa haber sucumbido en su juventud a ese mantra que se nos inocula desde que somos niños: buscar no la calidad de la experiencia sino la cantidad. Es decir, someter la vida a una loca sucesión de avatares, cuanto más variados mejor.

Sylvain Tesson es un buen ejemplo de lo que se nos dice debemos hacer, un verdadero hijo de nuestro siglo. Él viajó al lago Baikal y se recluyó durante un año en una cabaña. Una experiencia ideada por ser consumida por el público lector, desde el comienzo. Un producto. Porque, si bien experimentó el espesor del tiempo, si bien gustó los frutos de la vida simple (así se titula el libro, publicado en Alfaguara), concibió esa aventura como una vida posible y no como la vida, sin escapar así de la lógica del supermercado.

Todo lo contrario de los cartujos que trabajan sus huertas, desescombran la nieve de los claustros, parten las noches para contrarrestar la tiniebla del mundo. Ellos conocen el secreto. Saben que la costumbre desaparece con el amor, que es una gracia. Y para que irrumpa esta gracia, esto es, la eternidad, para que el cielo aterrice sobre la tierra, hace falta vaciarse, abonar el tiempo quitándonos de en medio. Solo entonces empieza la aventura de aceptar cada día venga con lo que venga sin soñar ni arrepentirse, confiados en algo superior. Este amor convierte al alumno en un territorio inexplorado lleno de traumas, miedos, fobias y alegrías; al aula en un lugar de oportunidades, una escuela de aprendizaje mutuo; y al trabajo en un lugar donde es posible viajar al otro, sin contar las seguras contrariedades que surgirán sin que las hayamos planeado y que lo trastocarán todo.

Vivir demasiadas experiencias suele ser perjudicial. No creo que el hombre esté hecho para la cantidad, sino para la calidad
Pablo d’Ors, Biografía del silencio

Nada más falso que el discurso de la costumbre, entonces. El rostro de quien nunca se está quieto no irradia luz. Las personas que viajan mucho y han experimentado cantidad de cosas viven inquietas, nunca descansan, al acecho siempre de un nuevo estímulo, como el drogadicto. Es la mirada, timoneada por el corazón, la que transfigura la realidad. O mejor. Quien la redescubre. Porque la realidad es bastante. Nunca lo chocante sino lo evidente, ahora, lo que está ocurriendo.

El truco para escapar de la costumbre es amar la costumbre. Vivir metidos en la costumbre, pero contemplativamente. No escapar de ella sino adorarla. Entonces se experimenta la estructura espiritual de los días que parecen iguales. Entonces todo es nuevo aun siendo lo de siempre. Entonces se vive.

Contra la costumbre –Jesús Montiel

Ese pequeño territorio de cada día

chauceton

@chaunceton

El tiempo tambien es un territorio. A cierta edad el tiempo que te quede por vivir será tu único patrimonio. Mientras seas joven no pasa nada si parte de ese patrimonio lo cedes de buen grado a otra persona, si lo malgastas o, incluso, si permites que cualquier idiota te lo arrebate. La vida te dará todavía algunas oportunidades para recuperarlo. Pero cuando el caudal empiece a agotarse no deberás permitir que nadie interfiera, fiscalice o coarte ese tiempo de tu exclusiva propiedad. Cualquiera puede ser rey de ese territorio invisible, solo que para llegar a dominarlo hay que dar un golpe de estado: si pierdes esa batalla ya no serás nadie. Un día, tal vez a causa de una depresión o porque el dedo de un ángel te haya tocado la frente, tendrás la evidencia del valor del tiempo que te queda antes de disolverte en el espacio. Será lo más parecido a una revelación. De pronto, descubrirás un hecho tan simple como éste: que la vida te pertenece a ti y a nadie más. Debes saber que nadie te va a agradecer el haber cedido la soberanía si no fue por tu gusto y placer. Habrás sido un esposo fiel, un padre ejemplar, una hormiga de oro para la empresa y un ciudadano honorable, pero no serás el tipo que un día decidió ser libre, ya que el tiempo también es la libertad. A partir de una edad no intentes volar en un ala delta ni correr los cien metros lisos a menos que te pongan un féretro en la meta. Hay retos más difíciles que uno debe afrontar cuando ya se divisa un gato negro en la línea del horizonte. Dios creó el tiempo, pero dejó que nosotros hiciéramos las horas. Ese pequeño territorio de cada día será imposible de gobernar si el tiempo no es tuyo y no eres tú quien marca las horas para regalarlas y compartirlas con esa clase de personas que te hacen crecer por dentro. Esa dádiva también será tu salvación. Estas cosas le decía el Maestro al discípulo mientras paseaban una noche muy oscura por una ciudad abandonada. Al llegar a una plaza el discípulo creyó que había salido la luna llena sobre los tejados, pero sólo era la esfera iluminada del reloj de una torre, donde también había una veleta oxidada en forma de gallo. En ese momento sonaron doce campanadas y el maestro le hizo obervar al discípulo que aquel reloj no tenía agujas ni números. Su esfera parecía la córnea de un ojo que les miraba en la oscuridad. El tiempo también es el silencio, de modo que a una edad lo más sabio a veces es callar, pero nunca obedecer, dijo el Maestro. El gallo oxidado de la veleta cantó anunciando la madrugada.

Territorio –Manuel Vicent

La alegría de haberme equivocado en todo

The Tree of Life

Dios y Leonor y amigos míos, voy
equivocándome… No preocuparos:
mis errores -que veis- los veo claros
aunque sean oscuros y me doy

prisa por corregirlos… Si hasta hoy
no he conseguido nada (bueno, amaros
y un gastado historial de chistes raros
que ya a nadie hacen gracia), y si no soy

lo que esperáis de mí, vosotros (buenos
amigos, Dios, Leonor) sabed que un día
se calmarán mis rayos y mis truenos

y moriré, por fin, con la alegría
de haberme equivocado en todo, menos
en las tres cosas que yo más quería.

Otra AutobiografíaEnrique García-Máiquez

Sé que solo estás escondido.

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Albarrán Cabrera

SIEMPRE TE GUSTARON las historias, así que voy a contarte una. Esta sucedió en Maniototo, en el centro de la isla meridional de Nueva Zelanda, mientras el sol descendía tras la cadena montañosa de Hawkdun, en una línea naranja ondulada, con toda la oscuridad debajo.

Dentro de casa se debilita la luz. Milo tiene 11 años. Está en brazos de un hombre e inclina la cabeza, como si escuchara algo que procede de las montañas a lo lejos. Está completamente quieto. Le pregunto al hombre: “¿Cómo supiste que estaba quedándose ciego?”. “Empezó a chocarse con las cosas más a menudo”.

Sobre los ojos de Milo ha empezado a crecer un velo blanco, y su cabeza parece la de un peluche sin terminar. Hace pocos meses que está quedándose ciego. El hombre le deja en el suelo y él empieza a correr por la casa. Tiene en su memoria el plano de la vivienda. En las esquinas y las patas de los muebles han atado unas plumas para que no se golpee con las duras aristas. Un suave velo blanco que cubre sus ojos y unas suaves plumas blancas que tiemblan en la oscuridad.

Te has ido, John. No, lo diré claro, aunque suene duro: te has muerto. Falleciste en enero, y la muerte (como sabe todo el mundo) es definitiva. Sin embargo, te escribo esta carta como si pudieras leerla, como si solo estuvieras escondido. ¿Por qué? ¡Por tu culpa!

Hace unos años, durante una conversación en Ferrara, te pregunté qué pensabas de las personas muertas. Miraste al público y dijiste: “Están aquí con nosotros. Así lo creo. ¡Están ayudándonos!”. Lo dijiste con tal convicción que no tuve ninguna duda. Y no te referías a “los muertos” como categoría general, sino como personas muy concretas a las que uno ha conocido y amado.

Estuve en Nueva Zelanda dos semanas. No sé si fuiste alguna vez, pero me acordé mucho de ti. Me daba la impresión de que cada persona con la que me encontraba había tenido una muerte cercana: hijos, cónyuges, hermanos. “Et in Arcadia Ego”, como tituló Poussin su famoso cuadro. Y aun así, curiosamente, en todos los casos tuve la impresión de que los muertos convivían con los vivos y estos cuidaban de aquellos.

En una ocasión escribiste: “Tanto para los cazadores como para las presas, esconderse bien es una condición indispensable para sobrevivir. La vida depende de saber ponerse a resguardo. Todas las cosas se esconden. Lo que ha desaparecido se ha escondido. Una ausencia —como la de los que han fallecido— se siente como una pérdida, pero no como un abandono. Los muertos están escondidos en otro lugar”.

Hace seis meses recibí la terrible noticia de que habías muerto. Y, aunque eras muy mayor, me cayó encima como una oscuridad repentina. Sin embargo, John, desde entonces, he descubierto un fragmento aquí, un pasaje allá, un dibujo más allá, huellas tuyas en todo el mundo, y son como plumas que has dejado cuidadosamente colocadas en los lugares en los que nos encontramos.

Sé que solo estás escondido.

Abrazos.

―Teju Cole, Querido John

 

Decidir es hacer camino.

He visto y he hecho cosas que jamás imaginaríais, lo supe por vuestro asombro cada vez que os las contaba.

He visto las nubes pasar como algodones bajo mis pies sobre el valle del río Deva, en Cantabria.

He bajado sin frenos en la silla, a tumba abierta, como los ciclistas, un viejo puerto en la sierra de Madrid, con la única convicción de que yo y quien empujaba y derrapaba en las curvas, éramos capaces de hacerlo. Teníamos 12 años.

En un sábado estival del 94 descubrí cruzando el Puente de Londres que se hablaba más español que inglés. Y he divisado una gaviota cruzar Times Square y perderse entre los edificios de Manhattan, como un sueño desesperado en busca de un puerto.

He amado mucho, hasta querer morirme, fijaos que disparate… y no tengo noticia de haber sido correspondido, tan solo indicios, destellos confusos, y algún que otro chasco. Finalmente el acontecimiento no tuvo lugar… queda pendiente para la próxima vida.

Sin embargo, he practicado relaciones sexuales plenas, más de lo que la mayoría probablemente habría imaginado, y mucho, mucho menos de lo que me hubiera gustado en la vida. No lo comentaba casi nunca para evitar desaprobaciones inútiles e innecesarias. Pero en esta lista de cosas por las que mi vida ha merecido la pena el sexo no podía faltar.

Me he asomado a los misterios del Cosmos. Aprendí que el Universo es muy grande y las posibilidades infinitas, así que no desesperéis. Pero decidir es hacer camino, y nunca se puede retroceder, aunque lo parezca, podemos volver a un mismo tiempo y lugar, pero siempre pagaremos un precio y nunca seremos los mismos. Eso se llama entropía.

He recorrido los otoñales bosques de la cultura de papel, la Historia, la Literatura y la Filosofía, y descubierto con regocijo que no todo está dicho. Me serví de muchos libros, aunque creo que pasé por más erudito de lo que en realidad era. La mayor parte de mi cultura provenía del cine y la televisión y de una impulsiva curiosidad por todo. Ningún libro o película me pudo dar más que algunos buenos indicios sobre quién era y por qué estaba aquí.

Practiqué la política desde el activismo y desde mi vida cotidiana, que es desde donde mejor se puede hacer sin necesidad de adherirse al poder y al dinero, para poner un granito de arena a eso de cambiar el mundo. Por si hay alguno de los presentes aún no se ha enterado: esto es la despedida de un diverso funcional. Tuve la gran fortuna de vivir como lo hice precisamente porque me permitieron aceptarme y vivir tal cual era.

Podéis felicitar a mis padres si os place, sin duda se lo merecen, sin embargo no olvidéis que no debieran haber sido los únicos soportes durante la mayor parte de mi vida. Las administraciones públicas deben garantizar la no discriminación, la igualdad y la libertad de todos poniendo a disposición los necesarios recursos, incluida la asistencia personal. Me voy con el buen gusto de haber experimentado la auténtica independencia.

Comencé varias veces a escribir mi propia autobiografía, ficcionada naturalmente, pero siempre había algo urgente que hacer y me distraía… lamento que demasiadas veces lo urgente demoró lo importante, y al final el libro quedó sin escribir, y otras muchas cosas quedaron sin hacer.

Lamento al fin dejaros, ahora que empezaba a dejar de tener miedo. Que me desembarazaba de cautelas y obligaciones. Que me permitía, a veces, presentarme ante quien fuera tal cual soy, sin ostentosas demostraciones de paciencia o resistencia, y sin preocuparme demasiado por el futuro. Di pocos pasos por ese camino, me habría gustado saber adónde me habría conducido, seguramente a un lugar bonito y tranquilo de mi conciencia, un lugar que todos deberíamos tener y compartir.

A todos aquellos y aquellas que entendieron mis necesidades y me ayudaron para hacer todo lo anterior posible, tenéis toda mi gratitud. Y a todos con los que compartisteis cualquier cosa conmigo, aunque fuese un desencuentro, se os agradece la oportunidad.

Desde vuestro recuerdo, os quiero

Paco Guzmán

Panegírico — Francisco Guzmán

Empujar los bordes del mundo.

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(…) Quizá yo estoy más de acuerdo con la aproximación objetual de Greenberg que con la de Danto, que, de alguna manera, justificaba la cualidad artística según la definición que le daba el artista como tal; pero, desde luego, me apunto a su visión optimista de la actualidad del arte. Porque sé que hay muchísimas personas que están trabajando en mirar a la realidad, con ojos quirúrgicos y telescópicos, para después ofrecernos una respuesta a ese mundo; sea conceptual, plástica, estética, contestataria o reivindicativa. Y el mundo que nos devuelven es un mundo que no conocíamos antes.

Porque de eso precisamente va toda esta cosa del arte, de empujar los bordes del mundo.

Porque si bien es cierto que necesitamos a todas esas personas que mantienen el mundo en marcha, que revisan la maquinaria y reparan los engranajes; también necesitamos a los motores que nos llevan y nos conducen más allá. A veces con precisión, a veces a ciegas, pero siempre por rutas desconocidas. Porque estos hombres y mujeres que traspasan los límites son los que amplían nuestra realidad, si nos atrevemos a mirar a través de su trabajo. A través de sus telas de gallinero y sus ordenadores y sus piezas de madera y sus bolsas de plástico y sus piedras preciosas y sus cámaras fotográficas. A través de sus ojos. Acercándonos a ellos comprobamos que nos están construyendo una existencia más grande; una existencia mejor. Y que sin ellos empujando en todas direcciones, esa carpa de circo que es el mundo se nos caería encima.

Yo les voy a enseñar algunas obras de artistas que, ahora —en este preciso momento, mientras yo escribo estas líneas y ustedes las leen—, están empujando los bordes del mundo. Del suyo y del mío. Y como confío en ustedes, no voy a entrar en desarrollos sobre el proceso creativo de cada una, o las posibles explicaciones o metáforas que puedan esconder; apenas una breve descripción de ellas y sus creadores, para que así saquen sus propias conclusiones, si las sacan o creen que deben sacarlas. Solo un requisito: les pido que se acerquen con la experiencia —esta vez sí— de un niño pequeño, con la mirada de un bebé que descubre el mundo cada día. Con los ojos limpios y el corazón lleno, no pueden perder.

Pedro Torrijos — ¡Han pagado 34 millones de euros por un cuadro abstracto!

Las lejanías nos curan de las cercanías.

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«Todos los viajeros lo saben: la manera más segura de marearse es fijar los ojos en el costado del barco, allí donde baten las olas. Y el mejor remedio contra esta atracción del torbellino es levantar siempre la vista y buscar la línea del horizonte. Las lejanías nos curan de las cercanías. La contemplación del rumbo da seguridad a nuestros pasos.»

Atenea política. Alfonso Reyes

Your person in this life.

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It’s that thing when you’re with someone and you love them and they know it, and they love you and you know it, and you look across the room and catch each other’s eyes. But not because you’re possessive, or it’s precisely sexual, but because that is your person in this life. It’s this secret world that exists right there, in public, unnoticed, that no one else knows about. It’s sort of like how they say that other dimensions exist all around us, but we don’t have the ability to perceive them. That’s what I want out of a relationship. Or just life, I guess.

Frances Ha

Learn to see the mountain, not only the summit

Apparently, millennials as a group of people, which are those born from approximately 1984 and after, are tough to manage. They are accused of being entitled and narcissistic, self interested, unfocused and lazy – but entitled is the big one.

Because they confound the leadership so much, leaders will say “what do you want?” And millennials will say “we want to work in a place with purpose, we want to make an impact, we want free food and bean bag chairs.” Any yet when provided all these things they are still not happy. And that is because there is a missing piece.

It can be broken down into 4 pieces actually. 1 Parenting. 2 Technology. 3 Impatience. 4 Environment.

The generation that is called the millennials, too many of them grew up subject to “failed parenting strategies.” Where they were told that they were special – all the time, they were told they can have anything they want in life, just because they want it. Some of them got into honors classes not because they deserved it but because their parents complained. Some of them got A’s not because they earned them, but because the teachers didn’t want to deal with the parents. Some kids got participation medals, they got a medal for coming in last. Which the science we know is pretty clear is that it devalues the medal and the reward for those who actually work hard and that actually makes the person who comes in last embarrassed because they know they didn’t deserve it so that actually makes them feel worse.

You take this group of people and they graduate and they get a job and they’re thrust into the real world and in an instant they find out they are not special, their mom’s can’t get them a promotion, that you get nothing for coming in last and by the way you can’t just have it because you want it. In an instant their entire self image is shattered. So we have an entire generation that is growing up with lower self esteem than previous generations.

The other problem to compound it is we are growing up in a Facebook/Instagram world, in other words, we are good at putting filters on things. We’re good at showing people that life is amazing even though I am depressed…

Everybody sounds tough, and everybody sounds like they have it all figured out and the reality is there’s very little toughness and most people don’t have it all figured out. So when the more senior people say “well, what should we do?” they sound like “this is what you gotta do!” – but they have no clue.

So you have an entire generation growing up with lower self esteem than previous generations – through no fault of their own, they were dealt a bad hand. Now let’s add in technology. We know that engagement with social media and our cell phones releases a chemical called dopamine. That’s why when you get a text – it feels good. In a 2012 study, Harvard research scientists reported that talking about oneself through social media activates a pleasure sensation in the brain usually associated with food, money and sex. It’s why we count the likes, it’s why we go back ten times to see if the interaction is growing, and if our Instagram is slowing we wonder if we have done something wrong, or if people don’t like us anymore. The trauma for young kids to be unfriended it too much to handle. We know when you get the attention it feels good, you get a hit of dopamine which feels good which is why we keep going back to it. Dopamine is the exact same chemical that makes us feel good when we smoke, when we drink and when we gamble. In other words, it’s highly, highly addictive…

We have age restrictions on smoking, drinking and gambling but we have no age restrictions on social media and cell phones. Which is the equivalent of opening up the liquor cabinet and saying to our teenagers “hey by the way, if this adolescence thing gets you down – help yourself.”

An entire generation now has access to an addictive, numbing chemical called dopamine, through cellphones and social media, while they are going through the high stress of adolescence.

Why is this important? Almost every alcoholic discovered alcohol when they were teenagers. When we are very, very young the only approval we need is the approval of our parents and as we go through adolescence we make this transition where we now need the approval of our peers. Very frustrating for our parents, very important for the teenager. It allows us to acculturate outside of our immediate families and into the broader tribe. It’s a highly, highly stressful and anxious period of our lives and we are supposed to learn to rely on our friends.

Some people, quite by accident, discover alcohol, the numbing effects of dopamine, to help them cope with the stresses and anxieties of adolescence. Unfortunately that becomes hard wired in their brains and for the rest of their lives, when they suffer significant stress, they will not turn to a person, they will turn to the bottle. Social stress, financial stress, career stress, that’s pretty much the primary reasons why an alcoholic drinks. But now because we are allowing unfettered access to these devices and media, basically it is becoming hard wired and what we are seeing is that they grow older, too many kids don’t know how to form deep, meaningful relationships. “Their words, not mine.”

They will admit that many of their relationships are superficial, they will admit that they don’t count on their friends, they don’t rely on their friends. They have fun with their friends, but they also know that their friends will cancel on them when something better comes along. Deep meaningful relationships are not there because they never practiced the skillset and worse, they don’t have the coping mechanisms to deal with stress. So when significant stress begins to show up in their lives, they’re not turning to a person, they’re turning to a device, they’re turning to social media, they’re turning to these things which offer temporary relief.

We know, the science is clear, we know that people who spend more time on Facebook suffer higher rates of depression than people who spend less time on Facebook.

These things balanced, are not bad. Alcohol is not bad, too much alcohol is bad. Gambling is fun, too much gambling is dangerous. There is nothing wrong with social media and cellphones, it’s the imbalance.

If you are sitting at dinner with your friends, and you are texting somebody who is not there – that’s a problem. That’s an addiction. If you are sitting in a meeting with people you are supposed to be listening and speaking to, and you put your phone on the table, that sends a subconscious message to the room “you’re just not that important.” The fact that you can’t put the phone away, that’s because you are addicted.

If you wake up and you check your phone before you say good morning to your girlfriend, boyfriend or spouse, you have an addiction. And like all addictions, in time, it will destroy relationships, it will cost time, it will cost money and it will make your life worse.

So we have a generation growing up with lower self-esteem that doesn’t have the coping mechanisms to deal with stress and now you add in the sense of impatience. They’ve grown up in a world of instant gratification. You want to buy something, you go on Amazon and it arrives the next day. You want to watch a movie, logon and watch a movie. You don’t check movie times. You want to watch a TV show, binge. You don’t even have to wait week-to-week-to-week. Many people skip seasons, just so they can binge at the end of the season…

Instant gratification. You want to go on a date? You don’t even have to learn how to be socially awkward on that first date. You don’t need to learn how to practice that skill. You don’t have to be the uncomfortable person who says yes when you mean no and no when you mean yes. Swipe right – bang – done! You don’t even need to learn the social coping mechanism.

Everything you want you can have instantaneously. Everything you want, instant gratification, except, job satisfaction and strength of relationships – their ain’t no out for that. They are slow, meandering, uncomfortable, messy processes. 

And so millennials are wonderful, idealistic, hardworking smart kids who’ve just graduated school and are in their entry-level jobs and when asked “how’s it going?” they say “I think I’m going to quit.” And we’re like “why?” and they say “I’m not making an impact.” To which we say – “you’ve only been there eight months…” 

It’s as if their standing at the foot of a mountain and they have this abstract concept called impact that they want to have on the world, which is the summit. What they don’t see is the mountain. I don’t care if you go up the mountain quickly or slowly, but there’s still a mountain. And so what this young generation needs to learn is patience. That some things that really, really matter, like love or job fulfillment, joy, love of life, self confidence, a skillset, any of these things, all of these things take time. Sometimes you can expedite pieces of it, but the overall journey is arduous and long and difficult and if you don’t ask for help and learn that skillset, you will fall off the mountain. Or the worst case scenario, we’re seeing an increase in suicide rates in this generation, we’re seeing an increase in accidental deaths due to drug overdoses, we’re seeing more and more kids drop out of school or take a leave of absence due to depression. Unheard of. This is really bad.

The best case scenario, you’ll have an entire population growing up and going through life and just never really finding joy. They’ll never really find deep, deep fulfillment in work or in life, they’ll just waft through life and it things will only be “just fine.” “How’s your job?” “It’s fine, same as yesterday…” “How’s your relationship?” “It’s fine…”

That’s the best case scenario.

Which leads to the fourth point which is environment. Which is we’re taking this amazing group of young, fantastic kids who were just dealt a bad hand and it’s no fault of their own, and we put them in corporate environments that care more about the numbers than they do about the kids. They care more about the short-term gains than the life of this young human being. We care more about the year than the lifetime. We are putting them in corporate environments that are not helping them build their confidence. That aren’t helping them learn the skills of cooperation. That aren’t helping them overcome the challenges of a digital world and finding more balance. That isn’t helping them overcome the need for instant gratification and teach them the joys and impact and the fulfillment you get from working hard on something for a long time that cannot be done in a month or even in a year.

So we thrust them into corporate environments and the worst thing is they think it’s them. They blame themselves. They think it’s them who can’t deal. And so it makes it all worse. It’s not them. It’s the corporations, it’s the corporate environment, it’s the total lack of good leadership in our world today that is making them feel the way they do. They were dealt a bad hand and it’s the company’s responsibility to pick up the slack and work extra hard and find ways to build their confidence, to teach them the social skills that their missing out on.

There should be no cellphones in conference rooms. None, zero. When sitting and waiting for a meeting to start, instead of using your phone with your head down, everyone should be focused on building relationships. We ask personal questions, “How’s your dad? I heard he was in the hospital.” “Oh he’s really good thanks for asking. He’s actually at home now.” “Oh I’m glad to hear that.” “That was really amazing.” “I know, it was really scary for a while there.” —That’s how you form relationships. “Hey did you ever get that report done?” “No, I totally forgot.” “Hey, I can help you out. Let me help you.” “Really?” —That’s how trust forms. Trust doesn’t form at an event in a day. Even bad times don’t form trust immediately. It’s the slow, steady consistency and we need to create mechanisms where we allow for those little innocuous interactions to happen.

When we are out with friends, as we are leaving for dinner together, we leave our cell phones at home. Who are we calling? Maybe one of us will bring a phone in case we need to call an Uber. It’s like an alcoholic. The reason you take the alcohol out of the house is because we cannot trust our willpower. We’re just not strong enough. But when you remove the temptation, it actually makes it a lot easier. When you just say “Don’t check your phone,” people will just go to the bathroom and what’s the first thing we do? We look at the phone.

When you don’t have the phone, you just check out the world. And that’s where ideas happen. The constant, constant, constant engagement is not where you have innovation and ideas. Ideas happen when our minds wander and we see something and we think, “I bet they could do that…” That’s called innovation. But we’re taking away all those little moments. 

None of us should charge our phones by our beds. We should be charging our phones in the living rooms. Remove the temptation. We wake up in the middle of the night because you can’t sleep, you won’t check your phone, which makes it worse. But if it’s in the living room, it’s relaxed, it’s fine. Some say “but it’s my alarm clock.” Buy an alarm clock. They cost eight dollars.

The point is, we now in industry, whether we like it or not, we don’t get a choice, we now have a responsibility to make up the shortfall. And help this amazing, idealistic, fantastic generation build their confidence, learn patience, learn the social skills, find a better balance between life and technology because quite frankly it’s the right thing to do.

Simon Sinek —Millenials on the Workplace